2 de julio de 2018, México es eliminado en octavos de final. Igual que el 5 de julio de 1994, 29 de junio de 1998, el 17 de junio de 2002, 24 de junio de 2006, 27 de junio de 2010 y 29 de junio de 2014. Tras haber empezado el Mundial de Rusia 2018 con altas expectativas por haber derrotado a Alemania, y luego a Corea del Sur, la Selección Mexicana parecía que por fin dejaría atrás a los fantasmas y lograrían alcanzar el ya tan mentado quinto partido. Pero no, por séptima vez el límite fue el cuarto partido. Otra vez, México se ha estrellado con él mismo. Otra vez el TRI ha querido ser y no ha podido.
Como siempre que pasa cuando el TRI, esa selección cargada de expectativas y posibilidades, se topa con la misma pared, los dedos acusadores apuntan sin reparos. Los analistas, periodistas y “expertos” invierten incontables minutos en televisión buscando explicaciones para la enésima decepción. Se caen en los mismos tópicos, lugares comunes (culpar al árbitro) y clichés. Y, al final, nunca se resuelve la cuestión de fondo: ¿por qué el TRI nunca logra trascender?
Porque ahora México tiene al villano perfecto, a su chivo expiatorio ideal: Juan Carlos Osorio. Claro. El colombiano ha pecado de necedad y ha cometido errores, eso es innegable. Las ya tan mentadas rotaciones y el improvisar jugadores en posiciones que no son las ideales, han terminado por causar que el análisis y la crítica se centren en esos factores. Nos quieren vender que esta es la mejor generación de futbolistas -dado que hay una buena cantidad de ellos jugando en Europa-, por lo tanto, la culpa no puede ser de ellos, o del sistema futbolístico mexicano. Cuando el problema es mucho más profundo que el técnico en turno. El problema es ubicar a la Selección Mexicana en su realidad, al futbolista mexicano en su contexto verdadero y al sistema en su lugar.
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Si hacemos un repaso histórico del TRI, caeremos en cuenta que es hasta la década de los ’90 –tras el penoso incidente los cachirules,- fue cuando México logró dar el salto competitivo. Antes, rara vez avanzaban a fases finales en los Mundiales. Salvo en las Copas del Mundo organizadas en casa, en los demás se iba sólo a participar y no a competir. Pero, tras la Copa América del 93, México logró dar pasos hacia el frente. Se llegó por fin a una instancia de eliminación directa en un Mundial fuera de casa (Estados Unidos 94). Por fin se lograba competir. Entonces, la afición empezó a creer que el futbol por fin daría una selección ganadora más allá de las fronteras de CONCACAF. Se empezó a menospreciar a los rivales de CONMEBOL (salvo Argentina y Brasil) y se creyó que se podía tutear con las potencias mundiales.
Pero fueron pasando los Mundiales. Los octavos de final se han convertido en el techo de México. Como lo hizo Bulgaria en el 94, Alemania en el 98, Estados Unidos en el 2002, Argentina dos veces en 2006 y 2010, Holanda en 2014 y ahora Brasil propinaron el duro golpe de realidad para la selección. Particularmente, la derrota en 2002 a manos de los vecinos del norte resultó muy dolorosa, porque no se supo ser favorito. Y, cuando se tuvo el pase ante los otros rivales, las desatenciones y la fragilidad mental terminaron por dejar al TRI en la orilla.
Sin embargo, el título olímpico de Londres en 2012, y los dos mundiales sub 17 (2005 y 2011), volvieron a hacer creer a la afición que el México estaba listo. Que ahora sí estaba listo. Los futbolistas dejaban atrás el síndrome del jamaicón para buscar ser exitosos en las ligas europeas de élite. Iban haciéndose de un lugar en sus equipos, siendo titulares, teniendo minutos y ganando títulos. La afición, que se reponía de las frustraciones y decepciones, volvía a creer.
Todo la anterior exacerbado por la prensa, esa prensa aspiracional, que busca que la afición se enganche, que crea y que consuma sin reflexionar. Cada ciclo mundialista, renuevan la fábrica de ilusiones. Nos venden lo que quieren que México sea, pero no lo que es. Cada torneo que disputa el TRI, trata de vender la idea que la Selección Mexicana tiene reales oportunidades de ser campeón o, mínimo, de llegar a finales. Busca justificar las derrotas argumentando injusticia futbolística y que el TRI compite, pero el destino conspira siempre en su contra. Aunque también está ese sector de la afición, que critica destructivamente sin aportar realmente nada a la discusión de como lograr una selección que cumpla con todas las expectativas que generan los medios con el visto bueno de los dueños del balón.
Es por todo este contexto que cuesta trabajo encontrar el punto medio y la realidad del futbol mexicano a nivel de selección y de su liga. El TRI pasa de ser el mejor al peor en un chasquido. No hay mesura. El extremismo es lo que impera en México. Entretanto, los directivos siguen buscando la manera más rápida de ingresar dólares y más dólares a las arcas. Mientras en lo deportivo no ocurra una catástrofe (quedar fuera de un Mundial), ellos están satisfechos, aunque no exista un proyecto que tenga éxitos reales. Por algo siguen organizando partidos anodinos en Estados Unidos, explotando la nostalgia de los paisanos que viven allá.
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El verdadero problema del TRI es de estructura. Siempre ha sido ese el problema. Nunca se ha definido a qué se quiere jugar y cómo se quiere ejecutar ese juego. Cambian los técnicos, los federativos y los jugadores, pero esa cuestión sigue sin ser resuelta. Se quiere ser, pero no se camina por el rumbo para dejar de aspirar. Brasil, cuando traicionó su esencia, sufrió una de las derrotas más dolorosas de su historia. Italia siempre termina por volver a lo que domina. España sabe a que jugar y como jugar. Alemania tiene un sistema de trabajo clarísimo que lo traslada en éxitos y títulos. Uruguay tiene un estilo y lo ejecuta. Los grandes equipos tienen claro que está en su ADN y son fieles a ello. ¿Y México?
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Pasó otro torneo con los mismos resultados de siempre: queriendo ser, pero terminar siendo lo que innegablemente es. Es momento de que nos dejemos de espejismos. Toca entender que el TRI, que la Selección Mexicana es un equipo de clase media, así como sus jugadores. Ganará con sus sustos a los equipos que le tienen que ganar. Competirá con los equipos que están a su nivel y rara vez podrá ganar a los que están por encima. La Selección de México no es y nunca ha sido un equipo de élite. Entre más pronto se entienda, a este equipo se le exigirá lo que corresponde y en su justa medida, hasta que ellos mismos, en su desempeño y logros, nos indiquen que dejaron de querer para finalmente ser.