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En México no todos los barristas son delincuentes, vean a los del Atlante

Los aficionados del Atlante demostraron que no hace hace falta violencia ni delincuencia para ser considerada una barra de futbol
No todos los aficionados al futbol son delincuentes. (Foto: Los Pleyers)

El descenso no sólo condena con bajar de categoría, también se pierde el interés. Si no es algo polémico, lo que sucede actualmente al interior del Atlante no importa para los medios de comunicación. La marcha del club a Cancún marcó el final. Sí, aquel 9 de diciembre de 2007 hizo pensar a todos que dejar la Ciudad de México fue la mejor decisión; al final solo maquilló la realidad.

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Ya pasaron cinco años de aquel día triste; el 13 de abril del 2014 los Potros de Hierro perdieron la categoría. No se distinguía la pupila de los ojos, el reflejo era un mar de lágrimas. El Territorio Santos Modelo se convirtió en el cementerio azulgrana, ahí terminaron las esperanzas de seguir en el Máximo Circuito.

Desde entonces es un naufragar constante. Cambios de técnico, de directiva, de jugadores… y el resultado es el mismo. Existen razones suficientes para dejar de apoyar a una escuadra que hace mucho dejó de interesarse en jugar futbol, o al menos eso demuestra en la cancha. Para los aficionados de corazón no importa que tan bien o mal este la situación cada semestre se renueva la ilusión de volver a Primera División.

Cuando amar a un club representa dolor y críticas

Jugadores van y vienen, partidos hay muchos, experiencias pocas. Los recuerdos son los que perduran, más en una etapa donde lo único que ocurre son derrotas y malas noticias.

Los aficionados son los que se mantienen con el paso de los años. Apoyar al América o a Tigres es sinónimo de títulos y alegrías. En la presente década se han encargado de dominar el futbol mexicano, pero ¿qué pasa con los fanáticos que siguen a equipos históricos que atraviesan momentos difíciles? La respuesta es fácil, son ignorados o solo salen a relucir solo cuando la violencia abarca los titulares de la prensa.

En un país donde el amarillismo vende, se torna difícil poder mostrar el amor hacia unos colores sin que haya comentarios negativos. En la actualidad, ser barrista de un club es sinónimo de ratero o secuestrador que consume drogas. Las opiniones van hacia un mismo rumbo: descalificar sin conocer.

Pasa con todos, desde seguidores del América, Chivas o Cruz Azul, hasta de cualquier persona que sea parte de una barra de futbol. Ya no solo es lidiar con resultados, sino con comentarios y el repudio de la sociedad.

En Atlante no están exentos de este tema. Un aficionado al futbol muchas veces es visto como un asesino. Y aquí no se trata de defender lo indefendible, sino de mostrar que no siempre se trata de gente sin escrúpulos, sin trabajo o sin conciencia, también hay quienes pueden portar la playera, el tatuaje o la bandera con orgullo sin necesidad de agredir a nadie y con un trabajo digno.

Gabriel, El Bostero, Vinicio y una persona más que prefirió mantenerse en el anonimato, son personas comunes. Su día a día está en laborar, cumplir con las tareas del hogar, convivir con la familia y estar al pendiente de lo que acontece en el mundo del deporte.

(Foto: Especial)

Ellos no eligieron delinquir, prefirieron ganarse una moneda honestamente que a futuro sirviera para alentar al amor de su vida, el Atlante.

Para la Liga MX, Los Radikalez Kombativoz, la Tito Tepito y La Banda del D.F. son considerados grupos de animación, pero ellos se autodefinen como barras. Todos con ideales distintos pero con un fin común: apoyar a los Potros.

Un amor incondicional

Con un trabajo estable como Community Manager de política, para Gabriel hay muchas cosas en la vida: “la familia, los amigos, una pareja”, pero nada se compara al amor por el Atlante. “Está en el primer plano, siempre es especial”, confesó.

Por más pisoteado que pueda estar el escudo, Gabo no baja los brazos. Las derrotas son un golpe a su corazón, pero mientras 11 azulgranas galopen cada ocho días la esperanza es lo último que morirá.

Su cariño por el equipo nació desde chico y desde hace 16 años forma parte de los Radikales Kombativoz. Creció a unas cuantas calles donde Los Potros se ganaron el cariño de su afición: el Estadio Azul, antes conocido como el Estadio Azulgrana.

Escuchar los tambores y trompetas, la fiesta, los cánticos y todas las historias crearon un vínculo en Gabriel. Hoy no importa que tan mal vaya el día ni la cantidad de baches que haya por brincar su amor siempre será incondicional, pues sabe que cualquier problema se arregla poniéndose la playera de El Equipo del Pueblo.

Y así como él hay personas como El Bostero, que no solo apoyan fielmente al Atlante, sino que su pasión llega al grado de hacerse cargo de un grupo que no es bien visto por la sociedad.

Líder sindical y azulgrana por convicción

Toda su familia es atlantista. En su casa no existen otros colores que no sean el rojo y el azul. Sin ser amante de la fauna, el potro es su animal predilecto. Con más de 19 años dentro de la porra, El Bostero forma parte de la primera línea de los Radikales Kombativoz.

(Foto: Especial)

Su vida se parte en dos. De lunes a viernes es delegado sindical en la administración de la UNAM —donde lleva 23 años— pero el fin de semana se transforma. Cambia la formalidad y todas las quejas acumuladas de sus compañeros en el trabajo, para organizar viajes y apoyar al Atlante donde sea que juegue.

Por más que quiera, su vida no puede limitarse a un balón. El Bostero también tiene dos hijos y una pareja que complementan su vida, pero como todo amante al futbol, el cariño por su club es algo único y sin igual, razón por la que enseña con orgullo el escudo que lo representa.

“El atlantista es distinto. Tiene algo más, el amor. Dicen por ahí que somos un equipo de viejitos, pero hay muchos chavitos que aunque no lo han visto campeón y estamos en el Ascenso y en la tele no pasan los partidos, tratamos de estar presentes. Somos únicos”, consideró.

Para ser un profesional de la fotografía, El Bostero prefiere dejar a un lado la cámara y mantener los mejores recuerdos con la barra en la memoria, esos que no se olvidan ni en los peores días, como un descenso o un cambio de sede.

La porra que el Atlante olvidó

Cuando se hizo oficial la marcha de los Potros de Hierro a Cancún (2007), las quejas comenzaron a salir. Uno de los más inconformes fue Vinicio, un ingeniero mecánico que desde hace más de 20 años se dedica a reparar automóviles. La refacción es lo suyo, pero por más que arregle coches aún no logra remendar la herida que le causó su equipo el día en que se fue.

Pocos aficionados tienen la fortuna de ver campeón a su club. Vinicio no solo tuvo la dicha de estar presente en el momento mágico, sino que además logró tener a sus héroes en sus hombros.

“Cuando el Atlante fue campeón en Cancún cargamos al equipo; convivimos con ellos. Además pude tocar y cargar la copa del equipo, es una satisfacción enorme”, relató.

En el momento en que Vinicio vino a este mundo, no sabía lo que vendría ni a lo que se dedicaría, solo estaba seguro de una cosa: que portar la bandera azulgrana sería la mejor decisión de su vida. Hoy forma parte de La Banda del D.F., una porra familiar que a pesar de no contar con el apoyo del equipo, siempre trata de estar ahí a la espera de su regreso.

“Yo soy incondicional, yo soy fiel, lo que me llevan son los colores. El Atlante es lo mejor, para mí es lo máximo. Ojalá no muera la afición atlantista, que no muera esa pasión; tenemos muchos años por delante”, aseguró.

Un barrista que genera empleos

Los hermanos son los mejores amigos que no tuvimos que escoger. Es normal que el mayor influya en el gusto de los más pequeños. No es para menos, cuando se es niño es muy fácil dejarse llevar por la familia. Así le pasó a nuestro último entrevistado, quien prefirió mantenerse en el anonimato, pero que para este texto le llamaremos Francisco.

Su nombre no aparece en este escrito, pero eso no quiere decir que es más o menos atlantista que los demás. En su día a día se dedica a generar negocios lícitos. No lo niega, sus ingresos no son malos, pero no son los suficientes para cumplir su sueño.

“Si tuviera todo el dinero del mundo traería al Atlante a la Ciudad de México. Lo único que puedo hacer es tratar de inculcar estos colores a otras generaciones. Es un equipo de tradición, 103 años. Los chavitos se van por los más comunes, por eso quiero inculcarles a los chavitos estos colores para que no se pierda este club y mucho menos la hinchada”, contó.

(Foto: Especial)

Entró a los Radikalez Kombativoz por su hermano; hoy ya son 14 años de generar un estilo de vida. Para Francisco lo más importante son las experiencias, aunque no es de los que confunde la adrenalina con la delincuencia.

“Dentro de una barra te vas a encontrar de todo, tanto gente preparada, gente como yo que se dedica a los negocios. Lamentablemente por años atrás se generó el mito de que todos son unos rateros, unos delincuentes, pero realmente hay mucha gente preparada dentro de una barra. A lo mejor no tendrán los estudios, pero tienen un negocio, un comercio, al final nosotros debemos generar para pagar un boleto o un viaje. Cada quien puede opinar lo que quiera, nosotros sabemos lo que somos”, consideró.

El desaire

No podemos cerrar este texto sin olvidar cuando el Estadio Azul era la casa del Atlante. Recordar esos momentos en el Azulgrana es nostalgia pura para una afición que está en el olvido para su equipo, pero que espera un pequeño momento para volver presumir la historia de su amado club.

Y lo harán sin importar las críticas de la gente, la omisión de su directiva y lo difícil que es pagar cuotas. Ellos seguirán con su idea: planificar viajes, hacer convocatorias y pagar una cantidad considerable de dinero con tal de ver por tan solo 90 minutos a lo único que les llena el alma: el Atlante.

(Foto: Especial)

Porque es en las malas y en las peores donde se ve quién está dispuesto a darlo todo por la camiseta, sin importar los desdenes del plantel.

“Cuando el Atlante descendió (2014) todos lloramos. Aún descendidos hicimos el viaje a Chiapas (último juego en Primera División). Fue un viaje tedioso, un autobús se descompuso. En total fueron 36 horas de viaje. Llegamos a los 20 minutos del segundo tiempo, queríamos que el equipo se despidiera y ellos ni se acercaron”, contó Vinicio.

No importa cuál sea el resultado final, lo más importante siempre será disfrutar el camino con las personas que comparten el mismo sentimiento. Porque quién sabe, quizás un día, cuando nadie lo espere, ese equipo que maravilló en los 90 con Ricardo La Volpe y Félix Fernández, que además le ganó una liga a Pumas con un gol de antología de Clemente Ovalle, puede volver a casa.

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