El viento soplaba como un suspiro. A pesar del frío, el cielo estaba claro y los diarios escribirían que aquel 7 de diciembre de 1963 había sido un buen día. El Himno Nacional sonó como una melodía distante. Tras la patada de inicio, los asistentes se limitaron a aplaudir entre cada anotación durante todo el partido. Mientras tanto en el campo, Roger Staubach dibujaba pase tras pase una victoria ajena, como una deuda que era irremediable pagar. Aquel tradicional juego entre la Marina y el Ejército fue un éxito, pero no por su acostumbrada pirotecnia ni por sus fantasmales recuerdos de Pearl Harbor, sino porque fue el exorcismo que los Estados Unidos de América necesitaba para olvidar que les habían arrebatado a un héroe: Kennedy.
Dos semanas antes, durante una visita en el estado de Texas, el presidente John F. Kennedy fue herido de bala a las 12:30. Media hora más tarde fue declarado muerto. Días antes había enviado una carta a Wayne Hardin, en ese entonces jefe de la Marina, en donde le informaba que asistiría al tradicional juego de futbol entre Marina y Ejército para condecorar tanto su posición como jefe máximo de las Fuerzas Armadas del país y como ex cadete de la Marina en sus años de juventud.
El futbol americano era central en la vida de los estadounidenses a principios de los 60, por lo que un juego fue la excusa perfecta para liberar las lágrimas que oprimían a un país, sobre todo por la cercanía de Kennedy con el deporte, o al menos así lo explicó Michael H. Gavin en su libro Sports in the Aftermath of Tragedy: From Kennedy to Katrina.
Sin embargo, la NFL sufrió más que nadie la ausencia de JFK. Tras anunciarse la noticia, Pete Rozelle, comisionado de la NFL, tomó una decisión que le costó las críticas de toda una nación: no suspendería ningún juego de la liga. Red Smith, periodista del New York Herald, sentenció entonces su destino con una columna en la que escribía:
“En un mundo civilizado, este fue un día de duelo. En la National Football League fue el onceavo domingo de su año de negocios”.
Por otro lado, el primer partido que se jugó tras el incidente fue entre los Dallas Cowboys y los Cleveland Browns, un duelo que cargaba una tensión inusual: Kennedy había sido asesinado en territorio vaquero y, de acuerdo con relatos de H. Gavin, los fanáticos de cierto modo culpaban al equipo por el suceso.
Gil Bradt, vicepresidente del personal del equipo, incluso recuerda cómo, al ser anunciados por el vocero del estadio, sólo los llamaron los “Cowboys” y no los “Dallas Cowboys“, pues nadie quería tener nada que ver con el estado en esos momentos. Los vaqueros perdieron aquel encuentro, como si la vergüenza no les hubiera permitido esgrimir esa particular victoria.
Afortunadamente, todos los demonios fueron expiados aquella tarde de diciembre cuando el equipo de la Marina, liderado por un jovencísimo Roger Staubach, derrotó al escuadrón del Ejército. Michael Connelly, autor de The President’s Team, recopiló una declaración de Ted Kennedy tras el famoso encuentro que resumía el sentimiento de todo la nación:
“Son tiempos difíciles y realmente uno no puede prestarle tanta atención a un partido de futbol. Pero la Marina ganó ese año y sé que mi hermano hubiera estado muy contento con eso. Eso me tranquilizó”.
Por Axel Salas.